Si usted está pudiendo leer este artículo significará que se ha publicado, como ocurre cada domingo desde hace años con otros que he escrito antes. Si soy yo el que he podido verlo y leerlo publicado en este periódico, de nuevo, como cada vez, me habré sentido contento y asombrado por mi suerte.
Y lo mismo me ocurre cuando veo que se publican mis viñetas de humor en “Última Hora”. Es lo primero que miro del periódico, cada mañana después de rescatarlo de detrás de la persiana de una de las ventanas de mi casa en Inca, que es el lugar en el que el eficaz repartidor lo deposita con puntualidad exquisita (aunque nieva, llueva o sople un vendaval) cuando todavía las calles pintan de oscuro y el sol aún anda escondido.
Abro por la página cuatro, y allí está; ya miraré después lo que hice el día anterior. Y me siento tranquilo a desayunar gozando del silencio de las siete de la mañana, sólo perturbado por lo que cantan los pájaros, sobre todo un mirlo que no es blanco, que canta sin parar como un mirlo. Y no puedo evitar pensar en la suerte de ver impreso lo que he pensado; y que nadie, el día anterior, me haya dicho cómo hacerlo, ni que nadie me haya reprochado lo que he hecho.
Me ocurre desde que empecé: dudo y estoy inseguro al plasmar con dibujo y texto mi idea; y espero la llamada para decirme que eso no vale, que nunca sucede. Y así día tras día, sin que los años de experiencia me aporten seguridad. Y eso que hoy mismo se cumplen 45 años y tres días desde que “Última Hora” me cediera una porción de su papel en blanco para que yo lo rellenara, y que después de tanto tiempo aún me ofrece. Asombroso.
Pep Roig
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